3. Lumérila



El Compasivo apareció cuando la caravana llegaba al rio Recio.
Cinco días de nevadas habían trastornado a todos los carrences, que no estaban acostumbrados a que el frío cayera del cielo. Tamar no paraba de recordar la advertencia que le hizo su padre sobre la nieve cuando subía al carro:
-Abrígate. Busca siempre cobijo. No estamos hechos para el frío por aquí, y si nieva en el Valle del Viento no quiero imaginar que ocurrirá en otros lugares-
La fina camisa que su suegra le había regalado por su cumpleaños no servía para calentar los huesos. Tamar llevaba puesto un abrigo de piel de conejo, pero parecía que tampoco cumplía con su cometido.
El último día de viaje hasta el rio fue el peor de todos, y se decidió continuar la marcha durante la noche por miedo a que los más débiles se hubieran convertido en estatuas de hielo mientras dormían. Nadie murió, pero la moral de los veintiséis carrences que llegaron a Balandro Viejo estaba por los suelos. Aunque el vadoverdiense estaba siempre de buen humor.
Las casas del pueblo eran de piedra, con las vigas de madera a la vista. Controlaban el rio desde lo alto de una colina. A los habitantes les gustaba informar a los forasteros de que algunos años las crecidas habían arrastrado el pequeño puerto flotante que descansaba en la orilla, y era mejor, aunque menos cómodo, bajar al rio todos los días que arriesgarse a edificar cerca del agua.
Antes de subir a una de las tres barcazas que se dirigían a Lumérila, Tamar decidió comprar ropa más adecuada para el frío. Tras preguntar un poco le recomendaron ir a casa de una viuda, que le vendió un abrigo y unos pantalones que pertenecieron a su marido. Ropa de montaña. Tamar nunca la había visto, pero había oído hablar de ella. Era de cuero grueso y el interior estaba forrado con lana. Algunos cazadores de Balandro Viejo empleaban este tipo de ropa cuando escalaban los Riscos Alados en busca de cabras salvajes. Estas montañas, junto con el rio Recio y el Manso, separaban el Valle del Viento del norte de Semilla, dónde estaban las ciudades de Orent y Remo.
Mientras subía en la última barcaza, se preguntaba si Lumérila sería parecida a Brisazul, dónde estuvo de vacaciones con su mujer cuando se casaron. Allí las casas tenían un color gris claro. Limpio. Era una ciudad pequeña, pero muy hermosa y prospera gracias a su puerto. Los sonidos que arrastraba el mar salpicaban las calles de tranquilidad.
-Algún día volveremos a ir-
A medida que Tamar se alejaba del Valle del Viento y de su eterno vendaval, la voz de su esposa se fue haciendo más suave. Ya no la oía como si estuviera al lado suyo. Esto podía deberse al agotamiento mental y físico que había supuesto el viaje a través de la nieve hasta el rio Recio. Una marcha tan dura no dejaba tiempo para pensar. O también podía deberse a que allí el viento no tenía la fuerza necesaria para arrastrar la voz de los muertos con nitidez.
Tamar dejó su equipaje junto a la hamaca del Cucas, un veinteañero de Vadoverde que había escapado de casa en busca de aventuras, y que creía que el Bastión Custodio era el mejor lugar para encontrarlas. La gente del sur era muy apasionada e inquieta. Para Tamar ya suponía una aventura increíble atravesar Semilla entera desde Vadoverde por tierra, cuando se podía llegar al Bastión Custodio desde un barco rodeando el continente. Pero para el Cucas no era suficiente. Le encantaba viajar, y a pesar de ser tan joven conocía miles de historias, que iban aumentando con cada ciudad o pueblo que visitaba. Ya se sabía alguna de las leyendas de Carrace.
El Cucas le caía bien a todo el mundo, pero Tamar no le aguantaba.
-Oye Pirado, ¿quieres desayunar?-
-Voy a dormir un rato, y deja de llamarme así, chaval-
-Todos lo hacen, ¿acaso yo no puedo?-
-Me ofende-
-¿Quizás la niña desea un trato más amable?
-Vete a tomar por culo Cucas-
El vadoverdiense se fue, pero no a tomar por culo, sino a cubierta, riendo. Era buena persona, aunque demasiado pesado. Tamar se tumbó en una hamaca.
Sus sueños eran siempre tranquilos, la pesadilla era despertar. Casi diez años después del asesinato de su mujer, se veía incapaz de sentir la felicidad que experimentaba con ella. Ahora sólo le quedaban lágrimas. Unas lágrimas que no sanaban sus heridas porque eran arrastradas por el viento antes de que pudieran resbalar por sus mejillas.
Despertó a la mañana siguiente. Había dormido un día entero y estaba hambriento. Subió a la cubierta, dónde le dieron un guiso de trucha frío porque hacía tiempo que el resto de la tripulación había desayunado. La nieve ya no cubría el cielo, y el paisaje dejó de ser blanco a medida que las barcazas avanzaban. Los seis carrences y el vadoverdiense que viajaban con él estaban jugando a las cartas en la proa.
Haritz el Gordo le invitó a unirse a la partida. Era altísimo, muy corpulento y fuerte, y no estaba gordo. El mote le venía de su padre. Tamar le conocía porque Haritz era agricultor, y todos los meses iba a dar parte en el ayuntamiento sobre la situación de sus tierras. La familia de su hermano pequeño fue asesinada por los baleros. Como el resto de los carrences de la caravana, sentía que su deber era unirse a la Custodia para evitar que la peste avanzara por Semilla, pero jamás podría perdonar a los baleros.
-Nunca había visto tanta nieve en mi vida- dijo Oren Ramas, un tipo bajito y peludo de la misma edad que Tamar que venía de Molino Nuevo, un pueblo cercano a Carrace.
-Esto no es nada. Cuando salí de Síncope tuve que pasar por la Cicatriz- dijo el Cucas- aquellas montañas parecían estar hechas de harina-
-¿A qué se deberá tanta nieve de repente?- preguntó Tamar
-Los Gemelos intentaron escapar otra vez- dijo Haritz
-Tienes que acostumbrarte a no hacer esos comentarios, o terminarás con un cuchillo en la espalda cuando estemos en el Bastión- advirtió Alnus Unedo. Tenía ciencuenta y tres años, lo que le convertía en el más viejo de la caravana. Al igual que Tamar, perdió a su mujer cuando los baleros atacaron el Valle del Viento.
-Como algún balero se atreva a intentarlo le haré tragar su propio cuchillo- respondió Hartiz mientras lanzaba una carta al centro del corro.
-Recuerda que vamos para ayudarlos, pero debemos tener cuidado con lo que decimos. Si la peste avanza por Semilla no tardará en llegar a Carrace, hay que detenerla como sea, luchando junto a los baleros…- dijo Oren Ramas
-A mi no me importa la peste, voy para liberar el aliento de mi padre. Cuando Léh caiga nada me impedirá cargarme a todos los putos baleros- dijo Taxus Manzano, el más joven de todos los carrences de la caravana.
-Eso del origen de la muerte es una chorrada- opinó Jerón Sauce, que vivía cerca de la casa de Tamar en Carrace. Jerón estaba casado y tenía cuatro hijos. Como Taxus, también había perdido a su padre, pero él consideraba imposible liberar su último aliento, y además no creía en que la destrucción de Léh, como origen del mal, pudiera liberarlo tampoco. El padre de familia se alistaba en la Custodia para proteger el Valle del Viento, a sus seres queridos, ese era su único motivo.
-Para mí todas vuestras creencias son chorradas- dijo el Cucas susurrando para sí mismo
Por supuesto, todos los carrences escucharon el insulto, pero hicieron oídos sordos porque el Cucas era un payaso. Llevaba todo el viaje intentando comprobar si era verdad que podían escuchar cuando se tiraba un pedo que no sonaba. Y lo escuchaban, pero solo se quejaban del olor y eso no satisfacía la curiosidad del Cucas. Era más divertido dejarle con la intriga que confirmarle el verdadero potencial de sus oídos.
Todos estuvieron callados y atentos a la partida un buen rato, hasta que Alnus Unedo rompió el silencio informando a todos de que el capitán le había comentado que seguramente llegarían a Lumérila esa misma noche.
-Dicen que Lumérila brilla con luz propia, ¿cómo puede ser eso posible?- preguntó Taxus
-Será porque los edificios están cubiertos por una piedra de la zona que refleja mucho la luz- dijo Tamar
-Aparte, la luz es muy importante para los lumérilos. Está el faro de la ciudad, ¡y el barrio de las lámparas!- dijo Alnus - toda la ciudad es un palacio de luces. La noche nunca la cubre. Brilla en la oscuridad.
Brisazul era de plata, Lumérila de oro. Ambas ciudades estaban construidas a la orilla del mar, pero eran muy diferentes. Tamar nunca había estado en Lumérila, pero Alnus sí, y le había comentado que era bastante caótica y sucia, pero a pesar de ello uno de los sitios más impresionantes en los que había estado. “Un gigante levantándose” recordó haberle oído decir a Alnus. Un satélite de Léh en los buenos tiempos.
En Lumérila adoraban a los Gemelos, aunque allí les llamaban Padre y Madre. Pero ese  culto desapareció en cuanto los baleros llegaron a la ciudad. Los lumérilos se rindieron rápidamente y se convirtieron al balerio. El Padre y la Madre pasaron a ser los ojos de Baler, el señor de todos los dioses.
-Gané- dijo Álamen el Callado. No era necesario explicar el por qué de su mote.
-¡Bah, es imposible jugar contigo!- se quejó Haritz- ¡no hay quien averigüe en qué estás pensado!
-Quizás Pirado puede escuchar sus pensamientos…- dijo Jerón
Todos se rieron, menos Tamar.
-No me llaméis así…-
-¡No te enfades hombre!, todos conocemos a alguien con el mal del viento…- dijo Oren
-Yo no tengo el mal del viento- siseó Tamar, advirtiendo de que estaba dispuesto atacar, como una serpiente, si se le molestaba.
Silencio incómodo. Estos hombres se conocían desde hace poco y no había confianza.
-No puedes engañar a tus compatriotas, te oímos hablar a solas. Negarlo no te hará ningún bien, debes vivir con ello y asumirlo, o terminarás confundiendo las voces que son reales de las que no lo son- dijo Alnus
-Ahórrate los consejos. Todas las voces que escucho son reales.-
Tamar se marchó. Siempre huyendo. Reales, sí, pero sólo para él. Y sólo era una voz. Cada vez menos nítida, cada vez más lejos. ¿Cada vez menos loco?
-Te echo de menos- dijo
Entró en el camarote y dejó pasar el tiempo leyendo un viejo libro que había encontrado encima de la hamaca del Cucas.
Los gritos empezaron a oírse cuando el Despiadado fue derrotado. Tamar, sorprendido, saltó de la hamaca y subió a cubierta. Todos los carrences estaban apoyados en babor.
-¿Los oyes también?- preguntó Taxus, claramente nervioso
-Si…-
-¿Qué oís?- preguntó el Cucas- ¿Qué es lo que ocurre?
La barcaza avanzó por el rio y tras una montaña apareció la ciudad a lo lejos.
Y en efecto, Lumérila brillaba en la oscuridad de la noche: estaba en llamas.

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