9. Rio Enfermo



Chapoteos, ranas, suspiros y viento. Ella volvió. Con pesadez, la columna avanzaba sobre el barro de Barro. La orilla del rio Enfermo estaba viva, pero más allá no había nada. A su lado, Hartiz temblaba de frío, y añadía el castañeo de sus dientes a la melodía que flotaba en el aire. Tac.
“Le han encontrado muerto”. Otros le siguieron. Los conejos no deben salir de sus madrigueras. Los conejos corren y se esconden. Los conejos no pelean. Pero los carrences de la Custodia ya no eran conejos, eran custodios, por eso vivían, por eso pasaban frío. El problema era la niebla: verde, espesa y helada. Y el olor. El aire traía un olor oscuro que nadie podía aguantar. Un olor a muerte: a los cadáveres que arrastraba el río. Cadáveres antes de humanos. Humanos antes como ellos. Ellos antes más vivos que ahora. La orilla estaba viva, el rio muerto.
Tamar llevaba dos semanas sin ver sus botas. El barro de Barro les llegaba por la cintura y ya se había tragado a varios compañeros.
-No vayas por allí-
Lo mejor era hacerla caso, porque estaba muerta y sabía dónde estaba la muerte.
Chof, croac, ay, fush. Tac. Chof, croac, ay, fush. Tac. Y el sonido de un cuerno.
-¡El mazo sobre la carne!-
Clack, ay y splash: cadáveres para el río.
Y nada más.

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